Cada tarde, mi madre me dejaba elegir una discoteca.
Yo siempre ponía el mismo.
Uno de esos de vinilo, con canciones que hablaban de ríos, lunas y lobos que no daban miedo.

Y luego bailaba.

Sola.
Descalza.
Con los brazos en alto y el pijama torcido.
Mi madre me miraba desde la cocina, sonriendo.
Nunca decía nada.

Sólo dejaba que la música hiciera su trabajo.

Ese fue mi primer ritual de libertad.

Mi primer contacto con la belleza sin explicación. Y también, sin saberlo, mi primer encuentro con la Biodanza.

A veces me pregunto por qué dejamos de hacer esas cosas que nos salvaban sin que lo supiéramos.

Tal vez no lo dejamos.
Tal vez está ahí, esperando que volvamos a poner el disco…
Y que alguien nos mire, como entonces, con ternura.

En Biodanza, la música es mucho más que un acompañamiento.

Es una llave que abre puertas cerradas.

Una medicina invisible que, al ser bailada, despierta partes dormidas del ser.

Cada melodía activa circuitos afectivos, emocionales, neuronales… y nos conecta con lo más esencial: nuestra capacidad de sentir.

Como decía Beethoven: “La música es una revelación más alta que toda sabiduría y toda filosofía”.

Y Oliver Sacks, neurólogo y escritor, lo confirmaba desde la ciencia:

“La música puede levantar el ánimo, reducir la ansiedad, e incluso ayudar a personas con daños neurológicos a reconectar con su identidad”.

Hoy sabemos que:

La música regula los niveles de dopamina.

La música regula los niveles de dopamina, neurotransmisor clave en el placer y la motivación.

Estimula el sistema límbico, facilitando la expresión emocional profunda.

Aumenta la plasticidad cerebral, creando nuevas conexiones neuronales que pueden reparar patrones bloqueados.

En estados de trance o entrega, activa recuerdos, suaviza traumas y permite resignificar experiencias del pasado.

En palabras de Marie-Louise von Franz, psicóloga y discípula de Jung: “La música toca el alma porque es un lenguaje que no pasa por el intelecto, sino que habla directamente al inconsciente”.

En un proceso de Biodanza, cada sesión se convierte en un viaje.

A través de la música adecuada, y en un contexto seguro y afectivo, las personas pueden:

Liberar emociones reprimidas

Reconectar con su alegría, ternura o fuerza interior.
Sentirse sostenidas en el grupo sin necesidad de hablar.
Reparar vínculos dañados y crear nuevos significados para su vida.


Porque bailar no es solo mover el cuerpo, sino permitir que la música nos atraviese y nos transforme.

Y en ese espacio de entrega, algo se reordena. Algo sano.

Y si todo esto te resuena…

Si alguna parte de ti sigue esperando que alguien vuelva a poner el disco…

Te invitamos a un fin de semana gratuito en nuestra escuela.
Serán los días 12, 13 y 14 de septiembre, en un lugar lleno de belleza y calma:
Olba, Teruel.

Porque hay canciones que no se escuchan con los oídos.
Se viven.

Y a veces, te cambian la historia.